Tim Merlier, el teórico sprinter de sprinters en esta Vuelta, tenía un papel sobre el cuadro de la bici, una pequeña chuleta de la etapa para que no se le pasara desapercibida, por si las moscas, la meta volante. Y, ya subrayado en verde fluorescente, el kilómetro en el que debería disputar el sprint final. “Tengo confianza en ganar una de estas dos etapas en los Países Bajos, de lo contrario me iría a casa”, deslizaba el corredor de Alpecin, todavía con magulladuras, aunque cicatrizadas, de la bofetada que se llevó en la París-Roubaix el pasado abril. “Vamos a hacer todo lo posible para que Pascal luche por uno de estos dos premios porque está claro que puede”, susurraban desde UAE. Pascal es Ackermann, otro de los Usain Bolts sobre ruedas. Pero ni ellos dos ni nadie pudieron con el renacido Sam Bennett (Bora-Hansgrohe), que volvió a coger velocidad hipersónica, que festejó de nuevo llegar antes que nadie. Un abusón en tierras neerlandesas, primero en Utrecht y ahora en Breda; el rey de los Países Bajos.
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